martes, 10 de marzo de 2015

La Pared

Hace apenas un rato que salí de hacerme la resonancia magnética. Y fue extraño, la doctora me miraba de forma especial,  me hablaba de cerca, apenas nos separaban unos centímetros y me miraba fijo a los ojos. Casi diría que sonreía. Pero yo no me encontraba bien. Me recosté en la camilla siguiendo sus indicaciones y dejé que sus manos acomodaran suavemente mi pierna dentro del aparato. Se fue. Y en los cuarenta minutos que duró el estudio, no pasó ni un segundo por mi mente la imagen de la doctora. Solo pensaba en problemas, lo que me sucedía.
El ruido de la máquina era fuerte por más que tuviera cubre oídos y los pensamientos me producían cierta tensión, la cual relajaba aflojando mi cuerpo cuando la hacía consiente. Había repetido ese estado de tensión-relajación cada cinco minutos sin parar.
El estudio terminó y al levantarme de la camilla me di cuenta que todo lo que había pasado había sido nada, tiempo perdido, nada recordaba y de nada me había servido. Aún así, apenas podía seguir prestándole atención a la cálida sonrisa de la señorita, yo era su último paciente. Me fui. Como si hubiera nacido de nuevo. Durante el estudio no había existido. Recogí mis cosas del locker y salí del consultorio. En el pasillo lloraba una familia cuyo ser querido estaba en el quirófano. Los hospitales son tristes, pero por alguna razón, las secretarias siempre están arregladas y sonriendo, como si todo estuviera bien; claro, en los hospitales de prepaga. Aunque tampoco tenga malos recuerdos de las secretarias de los hospitales públicos.
En fin, salí, ahora sí por fin, a la vereda. Ya era de noche. Casas de lujo, cuatro o cinco por cuadra ocupaban el largo de la misma. Por ende vacía estaba. Vacío estaba. Caminé hacia la mitad de la cuadra en busca de mi auto y en el camino, pase por al lado de un guardia de seguridad que se encontraba sentado, casi desplomándose, como vencido, sobre las escaleras de la entrada a la embajada de Emiratos Árabes Unidos. No supe si saludarlo o no, sentía que saludarlo me hundiría más en mi tristeza al unirme a la suya. Pero retruqué al dolor y lo saludé sin mucho entusiasmo, pero al fin, de buena fe.
Subí al auto y me encaminé a casa.
Habían quedado muchas cosas atrás. Van quedando muchas cosas atrás, si uno se anima a soltarlas en el camino. Pero yo no quería soltar nada, porque soy de las personas que van hasta el fin, y se estrellan para recordar el dolor y en el próximo intento sortear el obstáculo. Pero tampoco quería eso. Quería saltar la pared y eso no se podía. Eso no se puede. O al menos nunca lo había logrado, si alguien supiera el truco, le pediría me lo enseñe.
Ya estaba cansado de blancos y negros.
Dejé de pensar y simulé estar disfrutando del camino, en el fondo seguía pensando.
Llegué a mi barrio, estacioné el auto a una cuadra y lo único que deseaba era disfrutar al menos esos metros, caminando por la noche de verano y cielo despejado, antes de llegar a casa. Y así fue, no pude evitar ver las caras de las personas que cenaban en el bar de la esquina, y a metros de llegar, me encuentro con el policía del barrio.
-¿Cómo andas? Me pregunta.
-Bien, acá ando.
-Lo vi a tu hijo hoy, volvió de su viaje, está barbudo el loco.
-Sí, se ve que está muy tranquilo. Bueno… –mientras comenzaba a moverme para acercarme a casa- acá ando, un poco volado, pero bueno.
-¿Cuándo te reincorporas al trabajo?
-En quince días, falta un mon…
-¡Ah! ¡No falta nada! ¡Mejor disfrutá ahora que después vas a extrañar!
-¡Chau!¡Gracias oficial! Buenas noches. Le dije y entré rápidamente a mi edificio mientras retumbaba en mi cabeza: “¡Disfrutá ahora! Después vas a extrañar” ¿Qué podía extrañar de ese momento? Lo único que quería hacer era superarlo; y pensar en que comenzando el trabajo me aliviaría, me hacía poner aún peor; sentirme alguien que ni siquiera se acerca a la pared. La ve de lejos, se da media vuelta y se va. Pero esa vez no iba a ser así, no sabía cómo sería, pero estaba seguro de que lo iba a sortear.